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miércoles, 12 de diciembre de 2012
sábado, 17 de noviembre de 2012
SOR PATROCINIO DE LAS LLAGAS
Sor Patrocinio
fue un personaje anacrónico en una España, la del siglo XIX, abierta a
convulsos cambios. Consejera espiritual de Isabel II y su marido Francisco de
Asís, provocaría un auténtico vendaval político en su tiempo cuando afirmó
padecer en su cuerpo los estigmas de Cristo. Aquel y otros hechos “prodigiosos”
desembocaron en un proceso judicial que hizo historia y que fue impulsado por
el político Salustiano Olózaga, receloso con la religiosa. Por: Óscar Herradón
María Josefa de los Dolores Anastasia, más conocida como Sor
Patrocinio o La Monja
de las Llagas, sería uno de los personajes más singulares, paradójicos y
atractivos de la convulsa España del siglo XIX, un país abierto al cambio y a
las libertades que no obstante se enfrentaba al viejo orden, aquel marcado por
la superstición, la devoción extrema y los añejos y entonces intocables valores
del pasado. Nuestra protagonista, que viviría ochenta años y conocería algunos
de los episodios más importantes del diecinueve de primera mano, varios reinados
y un par de guerras, sufriría en su propia carne las consecuencias de esa
profunda división espiritual y política del país.
Vino al mundo –un mundo que para ella sería de marcada austeridad y no poco sufrimiento– un 27 de abril de 1811 cerca dela Venta del Pinar ( en el mal
nombrado “Pinar del Estado” cuando se debería llamar EL PINAR DE SOR
PATROCINIO), en San Clemente (Cuenca) y su mismo nacimiento ya estuvo rodeado
de hechos “prodigiosos”, pues como señala el historiador Pedro Voltes, para
intentar comprender a esta singular mujer hay que recurrir en ocasiones a los
supuestos prodigios y hechos sobrenaturales que rodearon su devenir vital desde
el principio hasta el fin y que serían ensalzados en las numerosas hagiografías
que se escribieron sobre ella y servirían a sus muchos detractores para
ridiculizarla y mostrarla ante el mundo como una farsante.
Demos rienda suelta a la imaginación para hablar sobre su llegada a esta tierra de penurias. Cuentan las historias prodigiosas sobre su vida que debido a que en plena Guerra dela
Independencia los franceses iban y venían por los páramos
manchegos en busca de españoles que ajusticiar, Dolores Cacopardo del Castillo,
acompañada de un sirviente, se adentró en el campo huyendo de las huestes galas
y allí, bajo las estrellas, dio a luz a quien sería personaje de renombre en el
Madrid decimonónico. Narra la citada historia, siempre jugando a las damas con
la leyenda, que la madre, pensando que la criatura había nacido muerta, la
abandonó en el prado; las malas lenguas afirmaban que la había dejado allí para
que muriera, pues la señora Quiroga, y esto es cierto, nunca mostraría un
denodado aprecio hacia su hija; no obstante, y aunque dicho suceso, casi con
claridad apócrifo, fuera cierto, dudo que la madre llegara hasta ese punto de
retorcimiento tras haberla llevado en su vientre durante nueve meses.
Demasiados adornos, unos hermosos, otros siniestros, en torno a la vida de
nuestra protagonista.
Al parecer, poco después de quedar “abandonada” en la finca dela Venta del Pinar, apareció
allí por casualidad –o más bien por capricho de la Divina Providencia –,
a caballo –mientras huía de los franceses–, el progenitor, que según las
crónicas piadosas escuchó una voz, por tres veces, que le llamaba “padre” –algo
sorprendente teniendo en cuenta que provenía de un bebé recién nacido–, y el
señor Quiroga, sospechando que se trataba de su propia hija, se la llevó con
ella a casa, para sorpresa de su mujer.
Don Diego Quiroga y Valcárcel, natural de Lugo, era un alto empleado de la administración de las rentas dela
Casa Real , lo que explica la huida de los franceses.
Anécdotas devocionales aparte, la niña fue bautizada en la iglesia parroquial
de Santo Domingo de Silos, en Valdeganga (Albacete), el 5 de mayo de 1811, con los
nombres de María Josefa de los Dolores, Anastasia y Cacopardo.
El crédito de la familia Quiroga en la corte venía de antiguo. El abuelo paterno, Fernando Quiroga y Bussón, era personaje de renombre en palacio e íntimo del rey Carlos IV; el soberano recompensaría su fidelidad nombrando a su hijo Diego para un cargo enla
Hacienda Real en Madrid.
La infancia de Sor Patrocinio no sería fácil. Tenía otros cuatro hermanos pero al parecer era el ojito derecho del padre, que le prestaba todo tipo de atenciones, algo que no gustaba a la madre ni a su hermana, Ramona, que solían tratarla, como ya señalé al comienzo, con cierta hostilidad. En este marco, una historia, probablemente también apócrifa, afirma que la señora Quiroga intentó incluso envenenar a la pequeña con una tortilla o guiso de setas venenosas que acabaría por ingerir, por casualidad, el gato de la familia, por lo que Don Diego descubrió la retorcida trama.
Ya desde temprana edad Sor Patrocinio tenía por afición vestir muñequitas con hábito de monja, muñecas que su hermana Rafaela le robaba y tiraba a un pozo atadas por el cuello de una soga. A la pequeña no le angustiaban los padecimientos, parecía estar destinada a dedicar su vida a Dios. La mayoría de biografías –muchas de ellas muy subjetivas, casi todas piadosas y algunas incluso contradictorias– aluden a que ya desde su niñez el demonio la acechaba, lo que compensaba la devota muchacha con las visiones celestiales que supuestamente también experimentaba. Al parecer, a los dos años ya dialogaba conla Virgen María.
Agraciada ella.
Don Diego, quizá sabedor del trato hostil de su esposa hacia la pequeña, decidió enviarla en 1813 con su abuela a San Clemente dela Mancha (Cuenca), mientras
él se trasladaba a Cádiz a ponerse a disposición de la Regencia Española.
Con Fernando VII de nuevo ciñendo la
Corona , el padre de nuestra protagonista seguiría ocupando
importantes cargos en la
Administración.
C on tan solo seis años, Dolores recibió la Primera Comunión ;
su nodriza la llevaba a menudo a la iglesia y pronto se vio su disposición a
formar parte de la misma. El padre Casanova escribiría que “siendo aún muy niña
se le apareció la
Virgen Santísima a veces y le enseñó a escribir y hacer
labores”. Sin duda la pequeña Dolores era una privilegiada, con ventaja
“divina” sobre los demás niños de su edad. Sus supuestas visiones sacras y su
devoción y amor al Santísimo serían una de las principales razones de que reyes
como Isabel II o su esposo Francisco de Asís y Borbón la tuvieran por santa y
también por consejera. Pero no adelantemos acontecimientos.
Vino al mundo –un mundo que para ella sería de marcada austeridad y no poco sufrimiento– un 27 de abril de 1811 cerca de
Demos rienda suelta a la imaginación para hablar sobre su llegada a esta tierra de penurias. Cuentan las historias prodigiosas sobre su vida que debido a que en plena Guerra de
Al parecer, poco después de quedar “abandonada” en la finca de
Don Diego Quiroga y Valcárcel, natural de Lugo, era un alto empleado de la administración de las rentas de
El crédito de la familia Quiroga en la corte venía de antiguo. El abuelo paterno, Fernando Quiroga y Bussón, era personaje de renombre en palacio e íntimo del rey Carlos IV; el soberano recompensaría su fidelidad nombrando a su hijo Diego para un cargo en
La infancia de Sor Patrocinio no sería fácil. Tenía otros cuatro hermanos pero al parecer era el ojito derecho del padre, que le prestaba todo tipo de atenciones, algo que no gustaba a la madre ni a su hermana, Ramona, que solían tratarla, como ya señalé al comienzo, con cierta hostilidad. En este marco, una historia, probablemente también apócrifa, afirma que la señora Quiroga intentó incluso envenenar a la pequeña con una tortilla o guiso de setas venenosas que acabaría por ingerir, por casualidad, el gato de la familia, por lo que Don Diego descubrió la retorcida trama.
Ya desde temprana edad Sor Patrocinio tenía por afición vestir muñequitas con hábito de monja, muñecas que su hermana Rafaela le robaba y tiraba a un pozo atadas por el cuello de una soga. A la pequeña no le angustiaban los padecimientos, parecía estar destinada a dedicar su vida a Dios. La mayoría de biografías –muchas de ellas muy subjetivas, casi todas piadosas y algunas incluso contradictorias– aluden a que ya desde su niñez el demonio la acechaba, lo que compensaba la devota muchacha con las visiones celestiales que supuestamente también experimentaba. Al parecer, a los dos años ya dialogaba con
Don Diego, quizá sabedor del trato hostil de su esposa hacia la pequeña, decidió enviarla en 1813 con su abuela a San Clemente de
C
f.g.v.-
http://www.franciscanos.org/enciclopedia/sorpatrocinio.htm
sábado, 21 de julio de 2012
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